Fundación

La idea para crear la Fundación Callia surgió, hace ahora 10 años, durante un viaje que realicé por Iberoamérica con la idea de escribir un libro. Un libro que diera respuesta a una pregunta que en aquel entonces no dejaba de repetirme: ¿qué es lo que lleva a un gran empresario a compartir su riqueza con los demás? Una riqueza adquirida, a menudo, con enorme y esfuerzo y sacrificio.

A lo largo de ese viaje hablé con filántropos y mecenas en España, México, Chile, Colombia, Estados Unidos, … De las respuestas que recibí de todos ellos surgió el título del libro que tenía en la cabeza y en el corazón: “La Suerte de Dar”. Había descubierto una cosa sorprendente: todas las personas que habían compartido sus experiencias conmigo coincidían en una cosa común. Era la sensación de que eran ellos mismos los afortunados por la enorme satisfacción que les producía el hecho de dar.

Aquel viaje me desveló, también, otra conclusión sobre la forma de ser de los iberoamericanos. Mientras en Estados Unidos un empresario que empieza su actividad profesional en un garaje puede convertirse en uno de los empresarios más ricos del mundo y dedicar el resto de su vida a erradicar la polio es visto como un héroe, en Iberoamérica alguien similar es visto, como mínimo, como alguien sospechoso.

De aquel aprendizaje nacieron los Premios Iberoamericanos de Mecenazgo con la intención, desde la humildad, de reconocer la labor llevada a cabo por estas GRANDES PERSONAS, con mayúsculas, capaces de poner su patrimonio y su tiempo al servicio del bien común.

Cuando lleguen por fin las Leyes de Mecenazgo que nos equiparen con los referentes del mundo anglosajón, éstas no serán determinantes sino se ha producido en nuestras sociedades un cambio cultural que reconozca y se identifique con la figura de quien comparte su riqueza con los demás como una fuente de realización individual.

Todas las personas debemos de tener, nos dediquemos a lo que nos dediquemos, una razón de ser filantrópica, por propia autoestima y porque el mundo lo cambiamos todos: la sociedad, las empresas y las instituciones.

Escribí un día que “el arte es una actividad solo para valientes”. Lo quiero repetir en esta carta, convencida de que pocas aventuras y descubrimientos merecen tanto la pena como el encuentro con el otro. Sobre ese encuentro, pienso, están fundados los edificios de la filantropía y el mecenazgo que han escrito, y siguen escribiendo, con mayúscula, los mejores capítulos en la Historia tan diversa de esto que hemos dado en llamar el ser humano.

Carmen Reviriego

Presidenta de Fundación Callia