Fundación

La idea para crear la Fundación Callia surgió, hace ahora 15 años, durante un viaje que realicé por Iberoamérica con el propósito de escribir un libro. Un libro que diera respuesta a una pregunta que en aquel entonces no dejaba de repetirme: ¿qué es lo que lleva a un gran empresario a compartir su riqueza con los demás? Una riqueza adquirida, a menudo, con enorme esfuerzo y sacrificio.

A lo largo de ese viaje conversé con filántropos y mecenas en España, México, Chile, Colombia, Estados Unidos… De aquellas charlas nació el título del libro que tenía en la cabeza y en el corazón: La Suerte de Dar. Había descubierto algo sorprendente: todas las personas que habían compartido sus experiencias conmigo coincidían en algo común. Era la sensación de que eran ellas mismas las afortunadas por la enorme satisfacción que les proporcionaba dar.

Aquel viaje me desveló también otra conclusión sobre la forma de ser de los iberoamericanos. Mientras en Estados Unidos un empresario que empieza su actividad profesional en un garaje puede convertirse en uno de los empresarios más ricos del mundo y dedicar el resto de su vida a erradicar la polio es visto como un héroe, en Iberoamérica despierta sospechas. 

Cuando lleguen por fin las leyes de mecenazgo que nos equiparen con los referentes del mundo anglosajón, éstas no serán determinantes si no se ha producido en nuestras sociedades un cambio cultural que reconozca y se identifique con la figura de quien comparte su riqueza con los demás como una fuente de realización personal.

Escribí un día que “el arte es una actividad solo para valientes”. Lo quiero repetir en esta carta, convencida de que pocas aventuras y descubrimientos merecen tanto la pena como el encuentro con el otro. Sobre ese encuentro, pienso, están fundados los edificios de la filantropía y el mecenazgo que han escrito, y siguen escribiendo, con mayúscula, los mejores capítulos en la Historia tan diversa de esto que hemos dado en llamar el ser humano.

Carmen Reviriego

Presidenta de Fundación Callia